Con estos precios no vale la pena continuar el rubro uva.
Luis Amigo puso 45 hectáreas de viña de la variedad Carmenere, principalmente, hace dos décadas en su predio Tierras de Arrau en Chillán Viejo. “Hoy, como está el mercado, funciona como en el siglo XIX. Con los actuales precios, vender uvas no es negocio y se ven muchos productores tomando la decisión de cambiar de rubro y arrancar las viñas”.
El productor, que vende cepa fina, estima que este año podría optar a un precio de $140 por kilo y que su costo bordea los $120: “En otras palabras, no es negocio. Yo el año 2014 vendí a 300 pesos y con esos valores resulta rentable”.
Afirma que el problema en este mercado son los actores dominantes, que en este caso, advierte, se manifiesta en una sola viña que maneja un 60% del mercado de la compra de uva vinífera y las otras los siguen con el precio.
“Nosotros hemos tratado de vinificar y exportar, incluso nos organizamos para eso como Itata Wines entre varias viñas, pero con la concentración de mercado y el oligopolio del vino, que es una figura que se repite en varios rubros de la agricultura, no se puede competir”, explica.
Agrega que los productores están conforme a su capacidad, de “espaldas”, aguantando un tiempo para ver qué hacer. En su caso, afirma que está considerando como alternativa el arándano, que a su juicio aún tiene buen comportamiento en el mercado.
“En la uva yo trabajo con máquina, lo que abarata la cosecha, pero igual con estos precios no es una alternativa”, comenta, graficando que hasta optimizando los recursos para lograr más competitividad el mercado de la uva vinífera y del vino está complicado.
A su juicio las grandes viñas están corriendo el riesgo que los productores los denuncien, esto a nivel nacional y mundial, lo que sería dañino para todos los que viven de la viticultura.
"Vendemos vino embotellado, pero en partidas limitadas”
Daniel González y su esposa Daysi Villagrán, de Portezuelo, han conformado una empresa familiar asociativa en torno al vino que producen en un predio de cuatro hectáreas de la familia de su esposa, donde cuentan con las cepas País y Cinsault. Hacen vinos filtrados en forma manual en pequeña escala, de unas cuatro mil botellas anuales, a lo que suman otros de cepas finas, para lo que compran uvas a terceros.
El productor sostiene que no les va mal, pero que su forma de comercialización se basa en las ferias, donde cobran a $5 mil la botella de blanco y a $4 mil la de tinto. Incluso han ideado unas botellas de menos capacidad que venden a $2 mil, que la gente compra como para llevar de regalo.
Si bien logran una utilidad muy superior para su uva y vino, no deja de ser un oficio sacrificado, ya que exponen su producto en un promedio de tres ferias por mes desde La Pampilla hasta Puerto Montt: “A nosotros nos gusta esta vida y nos ha permitido conocer gran parte del país con nuestro vino. Incluso viajamos con nuestro hijo”, comenta.
Los socios de Viña Altos del Valle además son los beneficiarios de un proyecto del Centro de Acopio de Vino del programa de Indap para este año, que se llama Ecoparras, donde esperan convertirse en una buena alternativa para sus colegas viñateros.
“En todo caso hemos decidido que si las grandes viñas esperan que compremos a $40, no nos vamos a prestar para ello. Si usted ofrece esos precios a un viñatero, hasta le puede pegar”, asegura.
Si esta empresa familiar tiene su venta de vinos asegurada, se puede decir que depende del bajo volumen de producción y de mantener la calidad y presentación de su producto, que es de primera línea. Lo lamentable es que estas son soluciones individuales que solo pueden servir a un mínimo porcentaje de productores.
“Hacemos algo de pipeño y lo vendemos en ferias”
La fama de las tradiciones y las viejas parras País, Moscatel de Alejandría y el nombre “pipeño” son su carta de presentación. Los Carrasco ya son tres generaciones de productores de vinos en Cerro Negro, Quillón, cuya viña lleva el nombre del fundador: Don Lucho.
Con 44 mil parras de las cepas País, Moscatel de Alejandría y Corinto, se baten para producir sus vinos y la mitad de la uva la comercializan para las grandes viñas: “Lo que se vende en uva es plata altiro que uno necesita y además hay que considerar que el vino tiene poca salida, así que uno se ajusta a lo que puede vender”, comenta el más joven de esta generación de viñateros, Carlos Carrasco. Agrega que también en oportunidades que lo ameritan venden vino a granel.
Si bien su fuerte es el pipeño tradicional, que la gente utiliza para los “terremotos”, también se dedican a algunos productos exclusivos, ya que son uno de los cinco productores del “Pipeño de Quillón”, que aún no se puede llamar vino porque tiene solo 8 grados y para llamarse vino debe tener 11,5. También producen los asoleados, vinos dulces que dan fama al Valle Itata.
Su estrategia de mercado son las ferias, por lo que viajan constantemente: “Últimamente hemos estado en Santiago, Frutillar y Concepción. Hacemos unos 20 mil litros de vino y de ahí guardamos para las ferias. Vendemos embotellado y en envase plástico. Tenemos un pipeño de Moscatel de Alejandría de tres litros que comercializamos en feria en $3 mil, que es mucho más que lo que se gana por la uva.
Tenemos argumentos buenos de venta como que se trata de viñas antiguas, tradicionales, con características especiales que les da el microclima de la zona”, remarca.
El proyecto de pipeño dulce también les ha significado un aumento de ventas, con valores de 3 mil la botella y dos por $5 mil, valor que sí les permite utilidad.
Fuente: La Discusión
Deje una respuesta Cancelar